A continuación este texto de Poppy traducido para todos nosotros por Casandra Bösh.
¡Nos vamos a Jamaica, carajo!
por
Poppy Z. Brite
Cuando llegaron a Negril, Trevor y Zach estaban demasiado cansados como para darse por enterados apenas un poco más que del aire cálido como zafiro y del lozano perfume a verde de la isla que los rodeaba. Fueron con Dougal y Colin a un parador a la vera de la playa en donde todos pidieron pescado frito y bammy, un pastel de maíz de mandioca que a Trevor le hacía acordar al gusto de la sémola frita y a Zach a gnocchi. Hacia el final de la tarde, Dougal los dejó en un pequeño hotel que daba hacia la playa de arenas blancas de Negril, con una cantidad ridículamente enorme de ganja escondida y la promesa de juntarse con ellos a la noche siguiente. El sol se estaba poniendo sobre el océano, desangrándose en el agua oscura. La habitación era sencilla y limpia, pintada de blanco, la cama inmensa y mullida.
Ahí se desplomaron y durmieron por dieciséis horas corridas, a veces cambiando de posición pero ni una sola vez dejando de tocarse.
Los despertó la clara luz del amanecer. Por un momento Zach no tuvo idea de en dónde estaba: podría haber estado en su departamento de Nueva Orleans con una lluviosa mañana filtrándose por las ventanas; podría haber estado de vuelta en la casa de Missing Mile con todo aún por pasar. Pero desde el instante en que se despertó –incluso antes– sabía quién estaba a su lado, entrelazado con él. Y eso era todo lo que importaba.
Se apoyó sobre uno de sus codos y miró atentamente hacia el exterior de la puerta de vidrio corrediza. Les habían dado una habitación en el segundo piso con vista a la playa, y la arena era tan blanca como azúcar molido, el agua de un translúcido verde-azul lo suficientemente profundo como para bañar los ojos y confortar el corazón. Zach contempló la luz irrumpiendo en la playa, y luego vio a Trevor contemplándola, apenas despierto. Se hubiera puesto a sollozar de alegría, pero no se habría perdonado interrumpir el momento.
Trevor giró su cabeza sobre la almohada y miró a Zach. Su mirada era tan limpia como el agua, como el aire. Zach agarró la mano buena de Trevor y la presionó contra sus labios. “Ganamos,” susurró. “Trev, ¡GANAMOS!”
“Las vacaciones de nuestros sueños... ” murmuró Trevor.
“Y también el juego de cuchillos para carne,” concluyó Zach.
Bajó su cabeza hasta el pecho de Trevor, besó el hueco de su clavícula, saboreó una tetilla como crema. El brazo izquierdo de Trevor lo rodeó. La mano derecha de Trevor, vendada y enyesada, estaba apoyada en un nido de almohadas. Zach deslizó sus dedos hacia arriba por la cara interna del brazo, no se animaba a extraviarse más allá de la muñeca.
“¿Duele?”
“Sí.”
“¿Querés un Percocet?”
“Dale.”
Zach se salió de debajo de las frescas sábanas hacia la cálida, húmeda mañana. Buscó en la mochila de Trevor, encontró el frasco de analgésicos que habían conseguido en el hospital de Raleigh. En esa delirante madrugada, la austera sala de emergencia parecía tan lejana. Mientras abría el cierre de su propio bolso y rescataba un pomito de aceite de almendra, se recordaba a sí mismo lo felices que eran.
Zach sirvió un vaso de agua del baño y se metió de vuelta en la cama. Sacó una sola pastilla blanca del frasco, la puso sobre su lengua y se inclinó para metérsela en la boca de Zach con un beso. Trevor recibió el beso hambrientamente, tragando la amarga pastilla, luego chupando la lengua de Zach y mordiendo su labio inferior. A Trevor a veces le gustaba besar brusco y profundo. Dejaba los labios de Zach hinchados, ligeramente descarnados, la piel pálida de su alrededor un tono más intenso que el rosa. Se sentía genial.
En su conjunto, la forma de amar de Trevor era en parte como de andar tanteando, exquisitamente tierna y en parte brutal. Una vez que empezaba a hacer algo que le gustaba, no había forma de frenarlo hasta que terminaba. Zach no podía hacerse a la idea de querer frenarlo. Trevor seguía encontrando maneras de penetrarlo, de engullirlo con dedos, lengua, húmeda garganta de seda.
El continuum espacio-tiempo se desfasó de nuevo, y Zach ya no sabía qué año era, en qué hemisferio estaba, si lo que tenía debajo era un colchón o un vacío abierto de par en par. Sólo era consciente de las sensaciones, y gradualmente de la posición de su cuerpo: tirado de costado, su espalda arqueada, su pene bien adentro en la boca de Trevor, la mano izquierda de Trevor agarrando sus nalgas, el dedo medio provocando su ano, resbaladizo con saliva, deslizándose lentamente adentro y afuera, dos centímetros y medio, cinco, después hacia arriba para circundar la próstata a la espera que vibrara y cantara con el contacto. Nunca nadie antes había hecho sentir a Zach tan bien en su interior. Se lo habían cogido, claro, en parte porque era difícil resistirse cuando estabas borracho y con calentura y al mismo tiempo alguien te estaba incrustando la lengua hasta la garganta y tratando de clavar su lubricada pija en tu lubricado ano. Pero después de las primeras veces, cuando había dejado de doler, no había habido mucho más.
Con Trevor era totalmente diferente. Quería tener la pija de Trevor adentro, quería estrujar a Trevor profundo en sus entrañas y volverlo loco de placer. Y se sentía tan espantosamente bien. Zach se había quedado pasmado al descubrir que en verdad podía acabar de ese modo. Aún cuando no eyaculara, incluso aunque no tuviera ni asomo de una erección, parecía ser que su esfínter y los músculos de la ingle y la glándula prostática pudieran tener su propio orgasmo volándole la cabeza. Y, por supuesto, Trevor no confiaba demasiado en lubricantes.
Había desarrollado una absoluta pasión por el beso negro, mejor descripto en su caso como devorador-de-culo, y lo practicaba con la misma intensidad y determinación que debería haber usado si mamara a cinco a la vez. Era un verdadero demonio devorador-de-culo, en tiempos pasados virginal, el célibe de Trevor, y parecía estar tratando de ponerse al día por los veinticinco años que no había tenido el culo de Zach para mascar. Zach no se quejaba para nada.
Trevor se incorporó, aferró uno de los huesos de la cadera de Zach y lo dio vuelta sobre su estómago. Zach arqueó la espalda. Formó la cresta llena de gracia de la curva de su columna. Trevor presionó su mejilla contra la piel aterciopeladamente pálida, restregó sus labios a lo largo de las pequeñas protuberancias de sus vértebras, luego se abrió camino hacia abajo, besando cada huesito, haciendo rápidos movimientos con su lengua cuando alcanzó el afelpado hueco justo arriba de las nalgas. Zach se estremeció y levantó su delicioso culo, ofreciéndolo como el manjar que era.
Trevor aproximó su lengua al vértice mismo de la grieta, probando sólo una pizca del nítido sudor atrapado por finos pelos negros.
Aún más abajo poseía un gusto picante que no podía definir con exactitud, y la piel era tan suave, vagamente arrugada, siempre tan ligeramente mojada. Luego su lengua se resbaló hacia el interior del centro de miel derretida de su ano, y ese era posiblemente el sabor que más le gustaba en el mundo, el sabor que todavía no podía creer que incluso existiese. Zach hizo un sonido de abyecta satisfacción, en parte suspiro, en parte quejido y extendió sus piernas bien abiertas. Su ano dilatado para la boca de Trevor como una firme fruta madura. La carne en el interior era tersa, tierna, de un rosado intenso, sumamente vulnerable. Trevor transformó la punta de su lengua en un puntiagudo dardo y la deslizó hacia adentro tan lejos como fue posible. Zach jadeaba y enterraba su culo en la tibia lengua resbaladiza. Trevor agarró su cola a manos llenas, amasando la suave y delicada pulpa en un arrebato de éxtasis táctil, estirando a Zach para que estuviera aún más abierto, cogiendo a Zach con su lengua hasta que la pequeña membrana conectiva de su lado de adentro se sintiera lista para ser desgarrada.
Después metió de nuevo un dedo, y sintiendo el ano de Zach rasgándose en gozosas ondas a su alrededor, chupándolo instintivamente más hondo, no pudo esperar más para meter su pija ahí adentro. Su concentración había estado tan plenamente enfocada en sus labios y su lengua que tenía que comprobar y ver si su pija estaba dura o no. Estaba desesperada, a punto de llorar del deseo.
Dándose cuenta de la intención de Trevor, Zach se dio vuelta y recuperó el pomo de aceite de almendra de la mesa de luz. Pasó con la mano unas pocas gotas sobre la pija de Trevor, –los párpados de Trevor se agitaron con el contacto, y su suspiro fue casi doloroso– luego frotó un poco en su propio ano, escabullendo un dedo para adentro. Levantó sus piernas como invitación y las envolvió alrededor de la cadera de Trevor, poniendo en posición la punta de la pija de Trevor frente a su fragantemente aceitado ano. Trevor se hizo para abajo, arreglándoselas para poner su mano lastimada para un lado y olvidarse de ella.
El culo de Zach lo rodeaba, sedoso-lustroso, corredizo y estrujante, tan caliente, tan generoso.
Esta parecía la más íntima invitación que alguien pudiera ofrecer: sumergite en mi interior, dejá que tu placer crezca en mis entrañas, explorá mi retorcido laberinto.
Se quedaron en un ritmo lento, profundo. Trevor sentía cómo el Percocet le empezaba a hacer efecto. Hacía que sus músculos se sintieran acuosos y como en un sueño, hacía que el pulso de su pija se equiparara a los latidos de su corazón.
Acunando a Zach en sus brazos, un todo de carne y sangre y huesos perfectamente íntegro, Trevor pensó que nunca se había sentido tan plenamente vivo.
Cuando acabó, miró fijo a los ojos verdes de Zach y vio todo lo que él sentía reflejado en ellos.
Después, fumaron un cigarrillo de fresca, fragante ganja y bajaron a la playa en el silencioso amanecer. La arena era tan blanda que sus pisadas casi no dejaban marcas. El transparente océano azul estaba tan tibio como sangre. Por un rato, estaban como en casa.
Poppy Z. Brite ( Melissa Ann Brite ), nacida el 25 de mayo de 1967 en Nueva Orleáns, Luisiana, es una escritora estadounidense. Desde su primera publicación con 18 años se ha convertido en una de las revelaciones del terror moderno. Al principio de su carrera, Poppy Z. Brite escribía principalmente novelas y relatos góticos y ficción de horror. Entre las características de su obra destacan la utilización de hombres homosexuales o de sexualidad ambigua como protagonistas, sus gráficas descripciones sexuales, y sus vívidas situaciones macabras. Entre sus novelas más conocidas destacan Lost Souls (traducida como “La Música de los Vampiros/El Alma del Vampiro”) (1992), Drawing Blood (traducida como “La Llamada de la sangre”) (1993) y Exquisite Corpse (traducida como “El arte más íntimo”) (1996); también escribió relatos cortos para colecciones de ficción como Wormwood (También conocido como “Swamp Foetus”) (1993) Are You Loathsome Tonight? (también publicado como “Self-Made Man”) (1998), Wrong Things (con Caitlin R. Kiernan) (2001) y The Devil You Know (2003). También fue la autora de la biografía no autorizada de Courtney Love (1996), aunque Brite afirma que fue escrita a sugerencia y con la cooperación de Courtney Love.
Algunos de sus libros
Lost Souls (1992)
Drawing Blood (1993)
Exquisite Corpse (1996)
The Crow: The Lazarus Heart (1998)
Plastic Jesus (2000)
The Value of X (2002)
Liquor (2004)
Prime (2005)
Soul Kitchen (2006)
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