14.7.10

La Bruja

Arranco con un texto del libro La traición de Sarah Kay de Eugenia Segura. Este texto me conmovió durante una tarde en el que compilaba material para un taller de narrativa hace ya unos meses atrás. Lo cierto es que –petición mediante- Eugenia lo leyó en vivo cuando con ZEDICIONES hicimos la presentación de Las Chicas de ahora lo hacen oral el jueves 8/7 en el Iguanahaní y volvió entonces, a conmoverme. Ahí va entonces, primera dosis…


La Bruja
por
Eugenia Segura

Reinaba sola entre algodones blancos, grises, huidizos como tormentas. Eran mi laboratorio, donde me entregaba a toda clase de brujerías perfumadas. Ocupaba casi todo mi tiempo en eso, y en recamar los mínimos frasquitos para que fueran irresistibles, tan delicados eran que parecían objetos de la niebla, efímeros, irreales: deseaba que desaparecieran una vez cumplido su cometido, porque una brujería de calidad nunca es evidente ni debe dejar senderos que puedan recorrerse. Al mismo tiempo deseaba que se imprimieran de manera indeleble en las personas, y esto sólo puede hacerse eligiendo y labrando con infinitos cuidados la belleza justa para cada caso, el nombre secreto que es la contraseña íntima de cada uno, el que se desconoce. Por eso espiaba meticulosamente los gestos, los tonos, los colores, especialmente aquellos que trataban de negarse u ocultarse, en busca de una pista que me sugiriera el envase adecuado, el aroma idóneo. Si era para un clérigo, por ejemplo, les daba la pureza mórbida y alabastrina de la piel de santa Teresa, o la de las nalgas rosa de los angelitos, los detalles de algún otro santo o pervertido, según el caso, mezclaba almizcle y mirra con aceite de oliva y cirios derretidos, emplomaba hilos de araña para dar un aspecto de vitrales, y teñía alcoholes multicolores para acentuar este efecto. Si eran para un soldado maceraba flor de naranjo y madreselvas con orégano, pienso y cerveza; bruñía muertes heroicas o un rostro de niño bajo la frazada, y así con el resto. Inútil es decir que siempre acertaba, tanto había aguzado mis sentidos, que en poco tiempo el mundo entero se parecía cada vez más a mi laboratorio con sus algodones y sus frascos. Porque, ay de mí, siempre me esforcé por ser una bruja buena, pero no puedo negar que he llegado a ser hasta perversa. Pronto se me acabaron los conocidos, la gente de paso, y comencé a dejar caer subrepticiamente los frasquitos en las fiestas de los amigos, en la guantera de los autos, en sus botiquines, sus bolsos, sus almohadas, sus cuadernos, filtros de amor o metamorfosis, que son mis predilectos, o de discordia, de achaques, de mala y buena suerte, que son los más vulgares. De pronto todos adoptaron sutilmente los estados que les proponía, se volvieron, como mis frascos, evanescentes, en unos proliferaban plumas, hojas, escamas, a otros les ataba de repente la hidrocefalia o el priapismo, hubo quien se hinchó como un globo colorado, con una leyenda absurda donde antes hubo ombligo, otros se suicidaban desdichados, se daban al juego, a la bebida, se volvían mascota o millonario, violinistas o asesinos, caballitos de ajedrez o embarazadas, se hacían policías, psicólogos, linyeras, se tenían que operar o se casaban; a mi antojo se volvían bicicletas o bombones o teólogos, peluqueras, maromas o puñales, se exiliaban o bien se divorciaban. Todos se volvían, en definitiva, habitantes de mi sueños cada vez más locos, más enfermos, se deshacían como el humo del cigarro cuando les daba la mano o les confiaba algún secreto, y, después de todo ¿quién puede vivir en un mundo habitado por sus propios fantasmas? Me aburre anticipar cada respuesta, me dan miedo sus destinos, me siento un poco absurda haciendo confidencias a una tortuga o a una lámpara, en fin, me siento muy sola entre tanta carne hechizada, debería inventar para mí un nombre, un aroma, un frasquito, pero ¿quién puede conocerse tan a fondo, quién puede encontrar para sí mismo una belleza apropiada, una que no lo deje invariablemente descorazonado?

Eugenia Segura nació en Mendoza en 1978, donde produjo los ciclos de poesía Priapismo (biblioteca itinerante, revista y performances), Secretos de eficacia, Bonus Track, etc. Fue coeditora de Protocultura. Residió en Buenos Aires de 2004 a 2007, donde cursó la carrera de Letras en la UBA y formó parte de los talleres dictados por Diana Bellessi, María Moreno y Andi Nachón. Textos suyos han sido incluidos en varias antologías, entre ellas: No hay cuchillo sin rosas (Eloísa Cartonera, 2007), Poetas Argentinas 1961-1980 (Ediciones del Dock, 2007) y Última Poesía Argentina (En Danza, 2008). Actualmente, reside en Uspallata, Mendoza, donde integró el equipo de compiladores de la antología Desertikón - poesía y narrativa mendocina contemporánea (Eloísa Cartonera, 2009). Publicó La traición de Sarah Kay (Protocultura, 2005), y A cielo abierto (Ñasaindy Cartonera, 2010)

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